
Me quedo parada delante de ella.
Parece como si me hubiera transportado en una máquina del tiempo.
Luce imponente. Su tamaño, no muy grande, de figura erguida que se esconde entre los enormes árboles centenarios; cedros y secuoyas que llevaban allí muchísimo mas tiempo que ella.
Ella vino a formar parte de ese paisaje idílico y pletórico. Ella, rodeada de un encanto especial, acompañada por cientos de hortensias y acunada por el chispear constante y sonoro del rio, consigue dibujar en mi rostro una gran sonrisa.
Su frente de piedra, sus ventanas blancas, son un cuadro perfecto; todo ello se acompaña con un techado rojizo de teja plana sobre el que lucen dos preciosas chimeneas.